En 1855 la guerra de Crimea no va muy bien para los intereses británicos y el gobierno decide enviar un fotógrafo para que sus imágenes, de vuelta a casa, eleven la moral y el compromiso del pueblo con aquel conflicto lejano. Roger Fenton se planta en Crimea con una cámara de placas, por encargo del editor Thomas Agnew para fotografiar a las tropas, con un ayudante de fotografía Marcus Sparling, un sirviente y un carromato, encontrándose con temperaturas abrasadoras que impiden trabajar, soldados que como peaje exigen ser retratados, y la imposibilidad de fotografiar directamente el campo de batalla.
Fue un trabajo muy duro para Fenton ya que debido al calor, parte del material fotográfico se inflamaba y además obligaba a los soldados a permanecer en poses durante varios segundos a pesar de las altas temperaturas. A pesar de las altas temperaturas, de fracturarse varias costillas y sufrir el cólera, consiguió hacer 350 negativos de gran formato útiles.
Se le considera el primer fotografo de guerra y se tiene que volver a casa sin una sola imagen de la batalla. Pero entre las imágenes de militares y campamentos, Roger nos trajo de vuelta una imagen de la guerra como nunca antes se había visto: una foto del campo de batalla una vez la lucha hubo terminado, lleno de balas de cañón.
La imagen es tremenda: nos muestra con total precisión la huella de la batalla (metáfora de la fotografía), y nos oculta la acción y los cadáveres. El sentido de la imagen está en la tensión entre lo que nos enseña y lo que nos esconde, lo visible y lo invisible. Y, en esta disyuntiva, la fotografía de Roger Fenton, más allá de lo visible, nos muestra el poder de revelación de la imaginación. Ante la dificultad técnica, la única posibilidad de registrar fotográficamente la guerra resulta ser la imagen más demoledora.
Félix Velasco
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